La muñeca maldita de la venganza
Sara siempre había querido tener una muñeca de porcelana. Le fascinaban sus delicados rasgos, sus elegantes vestidos y sus expresivos ojos. Por eso, cuando su abuela le regaló una antigua muñeca de su colección por su cumpleaños, Sara se sintió la niña más feliz del mundo.
- Es una muñeca muy especial, Sara -le dijo su abuela con una sonrisa misteriosa-. Se llama Lucía y tiene más de cien años. La encontré en una tienda de antigüedades en París y me enamoré de ella al instante. Tiene una historia muy interesante, pero te la contaré otro día.
Sara abrazó a su abuela y a su nueva muñeca con emoción. No podía esperar a jugar con ella y a mostrarla a sus amigas. La llevó a su habitación y la colocó en un lugar de honor, junto a su cama. La muñeca la miraba con sus grandes ojos azules, como si quisiera decirle algo.
- Hola, Lucía -le dijo Sara con ternura-. Soy Sara y voy a ser tu nueva dueña. Espero que te guste estar aquí conmigo. Te prometo que te cuidaré mucho y que seremos muy amigas.
La muñeca no respondió, pero Sara creyó ver un leve movimiento en sus labios. Pensó que era su imaginación y se dispuso a peinar su largo cabello rubio con un cepillo de plata que venía con la muñeca.
- Eres preciosa, Lucía -le dijo Sara mientras la peinaba-. Pareces una princesa. ¿Te gustaría que te pusiera un lazo en el pelo?
La muñeca volvió a mover los labios, pero esta vez Sara lo oyó claramente. Era una voz suave y dulce, pero con un tono de malicia.
- No, gracias, Sara -dijo la muñeca-. Prefiero que me dejes en paz.
Sara se quedó helada. No podía creer lo que acababa de oír. Su muñeca le había hablado. Y no solo eso, sino que le había hablado con desprecio. Sara sintió un escalofrío y soltó el cepillo, que cayó al suelo con un ruido metálico.
- ¿Qué... qué has dicho? -balbuceó Sara, asustada.
- He dicho que me dejes en paz -repitió la muñeca con voz más fuerte-. No me gustas, Sara. No me gusta nadie. Solo quiero estar sola. Así que déjame en paz o te arrepentirás.
Sara no podía creer lo que estaba pasando. Su muñeca le estaba amenazando. ¿Cómo era posible? ¿Qué había hecho ella para merecer eso? Sara empezó a llorar y corrió a buscar a su abuela. Necesitaba una explicación.
- Abuela, abuela -gritó Sara mientras bajaba las escaleras-. La muñeca, la muñeca me ha hablado.
Su abuela la oyó y salió al pasillo. Al ver a Sara llorando, se alarmó y la abrazó.
- ¿Qué pasa, Sara? ¿Qué te ha pasado con la muñeca?
- Me ha hablado, abuela -repitió Sara entre sollozos-. Me ha hablado y me ha dicho cosas horribles. Me ha dicho que me deje en paz o me arrepentiré. ¿Por qué, abuela? ¿Por qué me ha dicho eso?
La abuela se quedó pálida. Sabía que ese día llegaría. Sabía que la muñeca era maldita. Pero no pudo resistirse a regalársela a Sara. Era su nieta favorita y quería hacerla feliz. Pero había cometido un grave error. Un error que podía costarle la vida a Sara.
- Sara, escúchame -le dijo la abuela con voz temblorosa-. La muñeca que te he regalado no es una muñeca normal. Es una muñeca maldita. Tiene un espíritu maligno dentro de ella. Un espíritu que busca venganza.
- ¿Venganza? ¿De qué? -preguntó Sara, confundida.
- Venganza de su antigua dueña -explicó la abuela-. Lucía era una niña que vivía en París hace más de cien años. Era una niña muy rica y muy mimada. Tenía todo lo que quería, menos una cosa: el amor de sus padres. Sus padres eran unos aristócratas que solo se preocupaban por el dinero y el poder. La ignoraban y la dejaban al cuidado de una niñera. Lucía se sentía muy sola y solo encontraba consuelo en su muñeca de porcelana, a la que llamaba Lucía como ella. Era su única amiga y confidente.
- ¿Y qué pasó con ella? -preguntó Sara, intrigada.
- Lo que pasó fue que un día, sus padres decidieron casarla con un hombre mayor que ella, que tenía mucho dinero y que era muy cruel. Lucía se negó a aceptar ese matrimonio y se rebeló contra sus padres. Les dijo que los odiaba y que solo quería estar con su muñeca. Sus padres se enfurecieron y le quitaron la muñeca. Le dijeron que era una niña tonta y que debía obedecerlos. La encerraron en su habitación y le dijeron que no saldría de ahí hasta que aceptara el matrimonio.
- ¡Qué horror! -exclamó Sara, compadecida.
- Sí, fue horrible -continuó la abuela-. Lucía se quedó sola y desesperada en su habitación. Lloró y gritó, pero nadie la escuchó. Solo quería recuperar su muñeca. Pero no pudo. Sus padres le habían hecho algo terrible a la muñeca. Le habían arrancado los ojos, le habían cortado el pelo y le habían roto el vestido. La habían destrozado y la habían tirado a la basura.
- ¡Qué monstruos! -exclamó Sara, indignada.
- Sí, fueron unos monstruos -asintió la abuela-. Y lo pagaron caro. Porque lo que no sabían era que la muñeca tenía un secreto. Un secreto que solo Lucía conocía. La muñeca estaba poseída por un espíritu. Un espíritu que había sido una bruja en vida. Una bruja que había sido quemada en la hoguera por practicar la magia negra. Una bruja que había jurado vengarse de todos los que la habían hecho sufrir. Una bruja que había encontrado en Lucía a su aliada perfecta.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó Sara, asustada.
- Quiero decir que la bruja le había enseñado a Lucía a usar la magia negra. Le había enseñado a hacer hechizos y conjuros con su muñeca. Le había enseñado a transferir su alma a la muñeca y a controlarla a distancia. Le había enseñado a hacer el mal con su muñeca.
- ¿Y qué hizo Lucía con su muñeca? -preguntó Sara, temiendo la respuesta.
- Lo que hizo fue vengarse -respondió la abuela-. Vengarse de sus padres y de su prometido. Vengarse de todos los que la habían hecho daño. Usando su muñeca, Lucía provocó un incendio en la mansión de sus padres. Un incendio que mató a todos los que estaban dentro, incluida ella. Pero antes de morir, Lucía pronunció una maldición. Una maldición que decía que su espíritu viviría para siempre en su muñeca. Una maldición que decía que su muñeca seguiría haciendo el mal a todos los que se cruzaran en su camino. Una maldición que dec
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