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El ultimo aliento quien eres historia de terror corta

El último aliento historia corta de miedo

El doctor Martínez se ajustó la mascarilla y entró en la habitación donde yacía el paciente terminal. Era un hombre de unos sesenta años, con el rostro pálido y los ojos hundidos. Su respiración era débil y entrecortada, como si le costara mucho trabajo llenar sus pulmones de aire.

El doctor se acercó a la cama y le tomó el pulso. Era muy bajo, apenas perceptible. Miró el monitor que mostraba las constantes vitales del paciente. El ritmo cardíaco era irregular y la presión arterial estaba por los suelos. No le quedaba mucho tiempo de vida.


El doctor se sintió un poco culpable. Sabía que el paciente no tenía familia ni amigos que lo visitaran. Estaba solo en el mundo, y moriría solo en ese hospital. El doctor se preguntó si el paciente tendría algún deseo o alguna confesión que hacer antes de partir. Decidió preguntarle, por si acaso.


- Señor, ¿hay algo que quiera decirme? ¿Algo que quiera que haga por usted? - le dijo el doctor con voz suave.


El paciente abrió los ojos con dificultad y miró al doctor con una expresión de terror. Sus labios se movieron, pero no salió ningún sonido de su boca. El doctor se inclinó para escuchar mejor.


- ¿Qué dice? No le oigo. Hable más alto, por favor - le pidió el doctor.


El paciente hizo un esfuerzo sobrehumano y logró articular unas palabras, casi inaudibles.


- No... no me deje... solo... - dijo el paciente con un hilo de voz.


- No se preocupe, no le voy a dejar solo. Estoy aquí con usted. ¿Qué más quiere decirme? - le preguntó el doctor, conmovido por la súplica del moribundo.


El paciente volvió a abrir los ojos y los clavó en los del doctor. Su mirada era de pánico y desesperación.


- Él... él viene... a por mí... - dijo el paciente con un tono de horror.


- ¿Quién viene a por usted? ¿De quién habla? - le preguntó el doctor, intrigado.


El paciente señaló con un dedo tembloroso hacia la puerta de la habitación. El doctor siguió su gesto y vio que la puerta estaba cerrada. No había nadie más en la habitación, solo ellos dos.


- No hay nadie ahí, señor. Está alucinando. Es normal, a veces los medicamentos le hacen ver cosas que no existen - le dijo el doctor, tratando de calmarlo.


El paciente negó con la cabeza, con una expresión de terror absoluto.


- No... no es una alucinación... es real... él está ahí... esperando... - dijo el paciente con voz agonizante.


- ¿Quién está ahí? ¿Quién le espera? - le insistió el doctor, cada vez más confundido.


El paciente abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir nada, se oyó un golpe seco en la puerta. El doctor se sobresaltó y se giró hacia la fuente del ruido. La puerta se abrió lentamente, y una figura oscura y alta entró en la habitación.


El doctor no podía creer lo que veía. Era un hombre vestido con una túnica negra y una capucha que le cubría el rostro. En su mano derecha llevaba una guadaña afilada, que brillaba con un reflejo metálico. Era la Muerte en persona.


El doctor sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Quiso gritar, pero no pudo. Estaba paralizado por el miedo. La Muerte se acercó lentamente a la cama del paciente, sin hacer ningún ruido. El paciente lo vio y soltó un grito ahogado.


- ¡No! ¡No! ¡Por favor, no! ¡Déjeme en paz! ¡Tenga piedad! - suplicó el paciente, con lágrimas en los ojos.


La Muerte no le hizo caso. Alzó su guadaña y la bajó con fuerza sobre el pecho del paciente. El paciente soltó un último alarido y dejó de respirar. Su corazón se detuvo. Su cuerpo se quedó inerte. Había muerto.


El doctor observó la escena con horror. No podía creer lo que acababa de presenciar. La Muerte había matado a su paciente delante de sus narices. ¿Cómo era posible? ¿Qué estaba pasando?


La Muerte se giró hacia el doctor y lo miró fijamente. El doctor sintió que se le helaba la sangre. La Muerte se quitó la capucha y reveló su rostro. Era el rostro del paciente.


- ¿Qué? ¿Qué significa esto? ¿Quién es usted? - balbuceó el doctor, atónito.


La Muerte sonrió con malicia y le dijo al doctor:


- Soy usted, doctor. Soy su último aliento.


Y acto seguido, le clavó la guadaña en el corazón.



FIN

 

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